GUENDULAIN

ÁLBUM FOTOGRÁFICO

FOTOGRAFÍAS TOMADAS EL 16 DE DICIEMBRE DE 2009 POR  
AMAYA RAMÍREZ DE ARELLANO

La iglesia de San Andrés y el palacio son oficialmente las construcciones que configuran el señorío de Guendulain. Ambos edificios sufren el abandono y la ruina, a lo que además hay que añadir el vandalismo y la acción de los grafiteros y de todos aquellos que no han tenido reparo en plasmar con pintura sus proclamas políticas en muros centenarios cargados de historia. Son, ahora, los muros de la vergüenza. He aquí el estado de este viejo señorío cuando el año 2009 estaba a punto de acabar.




El camino y el señorío viven conjuntamente su ocaso



El palacio ha perdido su cubierta en pocos años



Donde antaño hubo vida y señorío hoy reina la ruina y el silencio


 
Cardos y zarzas compiten con el torreón y los contrafuertes




Patio central del palacio con bastante menos glamour que el que un día tuvo



Puerta ausente en un portón desvencijado



Sería un bonito cuadro si no fuese por la realidad que hay dentro de ese marco



Si aquellos inquilinos levantaran la cabeza...



Salas señoriales convertidas hoy en suciedad y ruina



Entramado de recias vigas que alguien las puso a conciencia



La maleza va hacia arriba, y los arcos van hacia abajo.



Se ha tenido que reinventar el concepto de iglesia fortaleza

 
Las tribus urbanas han dejado así su huella en la pared de la iglesia



Si nadie lo evita este edificio románico acabará desapareciendo



Hasta el camposanto ha quedado despoblado... Mejor no saber como.

---------------------------------------------------------------------------


25 AÑOS DEJAN HUELLA


HE AQUÍ UNA PEQUEÑA MUESTRA GRÁFICA COMPARATIVA DE LO QUE ERA GUENDULAIN EN 1984, RETRATADO POR ADOLFO EXTXEGARAI, Y DE LO QUE ERA GUENDULAIN EN 2009, RETRATADO POR AMAYA RAMIREZ DE ARELLANO.



 
Portón dovelado, ventana geminada, torre desmochada..., de momento todo sigue, excepto la puerta. La ventana superior va ampliando su vano, y..., aunque no se vea, ya no hay tejado.




 
El patio porticado conserva en 2009 muy pocos arcos en pie; la mayoría yacen por el suelo, esparcidas sus piedras entre la maleza.




 
No nos engañemos, la foto superior no se corresponde con la inferior. El espacio que vemos arriba, sencillamente, ya no existe. La foto de abajo nos muestra lo que queda de un espacio similar en otra parte del palacio.




Esta es la parte del edificio que seguramente menos transformación ha sufrido. Algunos vanos de piedra van haciéndose cada vez mayores. En el exterior es la maleza la que impide ahora acercarse a la fachada.





 
Como se puede apreciar esta esquina del palacio es la que peor parada ha salido en estos veinticinco años. Esa esquina del edificio ya no existe.




 
Ya no hay árboles, la hiedra se ha apoderado ya de la torre de la iglesia, y el atrio de esta ha perdido totalmente su cubierta.


------------------------------------------------------------------

 

JERÓNIMO DE AYANZ, INVENTOR DEL AIRE ACONDICIONADO



En estos días de verano se nos antoja que sería muy difícil vivir sin el aire acondicionado. Lo que ignoramos es que es que este sistema de refrigeración lo inventó un navarro, Jerónimo de Ayanz, autor de algo más de medio centenar de inventos. Un genio en su tiempo, y hoy ignorado y olvidado.

No es fácil entenderlo, ni es fácil buscar una explicación a esto, pero lo cierto es que en Navarra, y para los navarros, a día de hoy Jerónimo de Ayanz es un perfecto desconocido. Esto no tendría nada de particular si no fuese porque detrás de este nombre se esconde un auténtico genio, muy famoso en su época por sus dotes como político, como militar, como aventurero, y sobre todo como inventor. Fue una de las grandes figuras del Siglo de Oro.
Alguien quiso que aquél siglo pasase a la historia por su esplendor en las letras y en las artes, y ciertamente no era para menos; el problema es que el mismo empeño que se puso en ensalzar a los escritores se puso en ignorar a los científicos, como si la ciencia fuese algo exclusivo de aquellos países que estaban por encima de los Pirineos.
Y en el Reino de Navarra hubo de todo, y de calidad sobrada. Y hoy es el momento de decir que Jerónimo de Ayanz y Beaumont existió, que además fue uno de los grandes científicos de su época, sobre cuyos inventos fueron otros los que posteriormente se cubrieron de gloria. Fue Bernardo de Chartres quien dijo aquello de que “somos enanos subidos en hombros de gigantes”, y es que realmente los grandes avances y descubrimientos de los grandes científicos renacentistas no fueron sino la culminación o el perfeccionamiento del trabajo realizado por predecesores como Jerónimo de Ayanz.


Conde de Guendulain

Nicolás García Tapia, ingeniero y profesor de la Universidad de Valladolid, ha tenido a bien dedicar más de quince años de su vida a investigar sobre la vida y la obra de este navarro. Por él sabemos que Jerónimo de Ayanz nació en 1553, en la localidad Navarra de Guendulain, en el seno de una familia noble; hijo de Carlos de Ayanz y de Catalina de Beaumont. Inició su carrera militar como paje de Felipe II. Sabemos, a través de las crónicas, que llamaba la atención en su tiempo por la fuerza descomunal que tenía, lo que hace imaginárnoslo corpulento, y tal vez de una envergadura considerable.
Como militar combatió en Túnez, San Quintín (1557), Flandes, Portugal, las Azores, y en La Coruña, entre otros muchos sitios. Hasta llegó a desmantelar un complot francés que tenía como objetivo asesinar en Lisboa a Felipe II, acción esta que hizo que Lope de Vega le dedicase un poema a Jerónimo de Ayanz.
Tenía derecho de asiento en las Cortes de Navarra por el brazo militar en calidad de sucesor de Francés de Ayanz, su hermano mayor. Tampoco hay que olvidar que era caballero de la Orden de Calatrava.
Desempeñó varios cargos públicos, y además en lugares muy variados; regidor de Murcia, Gobernador de Martos, administrador general de las minas del Reino de España desde 1587 por nombramiento de Felipe II (gerente de las 550 minas que había en España y de las que se explotaban en América), Diputado del Reino de Navarra en las Cortes de 1628. Finalmente el rey Felipe IV, y a título póstumo (Jerónimo de Ayanz falleció en 1652) por Real Cédula de 6 de marzo de 1658 le concedió el título de Conde de Guendulain, que recayó directamente en su hija y heredera Josefa de Ayanz.


Inventor

Pero Jerónimo de Ayanz era algo más, ¡mucho más!, que un afamado político y militar. Sépase que era músico, empresario, cosmógrafo, geógrafo, pintor…, pero sobre todo, y esto es lo que le hace excepcional, era inventor.
Sería extensísimo tratar de repasar aquí todos y cada uno de sus inventos, pues superaban el medio centenar los patentados; pero entre todos ellos hay uno verdaderamente revolucionario y pionero, se trata de la primera máquina de vapor.
Ya hemos dicho que Jerónimo de Ayanz estaba estrechamente ligado a la explotación de las minas de mineral. Y en su época las minas tenían dos problemas serios, el de la contaminación del aire que había en su interior, y el de la acumulación de agua en las galerías; y para estos dos problemas buscó él una solución. Tal y como recoge y destaca José Javier Esparza, en hispanismo.org, inventó un sistema de desagüe mediante un sifón con intercambiador, haciendo que el agua contaminada de la parte superior, procedente del lavado del mineral, proporcionara suficiente energía para elevar el agua acumulada en las galerías. Este sistema inventado por el navarro, supone a nivel mundial la primera aplicación práctica del principio de presión atmosférica. Estamos ante el primer caso de empleo de la fuerza del vapor, ante la primera máquina de vapor; a partir de esto vendrían en todo el mundo numerosos adelantos al amparo de esta primera máquina que inventó hace cuatrocientos años un señor nacido en Guendulain. De hecho, científicamente, se le reconoce por esto a Jerónimo de Ayanz como un talento universal. Es más, lo que Ayanz había descubierto no era sólo el uso del vapor para propulsar agua por una tubería, sino que además empleó este mismo sistema para enfriar el aire del interior de las minas empleando en esta labor un artilugio con nieve; nuestro hombre acababa de inventar el aire acondicionado, que lo estrenó con éxito en la mina de plata de Guadalcanal (Sevilla). Este sistema de refrigeración no volvería a verse hasta el siglo XX.
Tenemos, pues, a un navarro, como artífice de la primera máquina a vapor (oficialmente inventada en 1698 por Thomas Savery, pero patentada en 1606 por Jerónimo de Ayanz), y como inventor del aire acondicionado. Pero que nadie se piense que los inventos de Jerónimo de Ayanz se quedan en eso, que no sería poco precisamente. Van mucho más lejos.
En el mundo de la minería, en su afán por que las minas nunca parasen su producción, el de Guendulain, además del invento mencionado, aportó un montón de pequeños inventos que en su conjunto marcaron un antes y un después en la historia de la explotación minera. Por ejemplo, inventó y construyó nuevos sistemas mecánicos de extracción de mineral, molinillos, hornos perfeccionados, columnas destiladoras, balanzas de gran precisión capaces de discernir pesos de hasta menos de un gramo (capaces de pesar la pierna de una mosca), y un largísimo etcétera que hoy sigue sorprendiendo.
Para cuando Isaac Peral “inventó” el submarino, el navarro de Guendulain ya había inventado algo similar, aunque mucho más rústico y menos sofisticado tal vez; inventó una especie de barca cerrada a base de tablas calafateadas, diseñada para navegar por debajo del agua mediante un sistema de remos; algo así como un submarino dotado de un sistema de renovación de aire, y dotado también de un curioso sistema de pinzas o guantes que permitían al ocupante coger objetos del exterior; y de un no menos curioso sistema de renovación de aire perfumado. Es tan sólo un ejemplo, y hay muchos más.
Sin dejar de lado el submarinismo, otro de los inventos de Jerónimo de Ayanz es el traje de buzo submarino. La demostración de este invento se hizo, curiosamente, en las aguas del río Pisuerga a su paso por Valladolid; era el 6 de agosto de 1602. Aquél día el rey Felipe III, acompañado de su séquito y de Jerónimo de Ayanz, se situaron en la orilla del río, y asistieron en silencio a la inmersión de un hombre ataviado con un traje diseñado por el de Guendulain. Estuvo aquél buzo a tres metros de profundidad durante algo más de una hora, no hasta que ya no podía más, sino hasta que se aburrió el rey, quien ordenó dar por concluida la demostración. Quedaba así inventado el traje de bucear.
Inventó también, e hizo, una máquina para los barcos que convertía el agua marina en agua dulce, y por tanto potable. También un aparato que servía para achicar el agua de los barcos, y también de las minas.
Por otro lado, en el terreno de la geografía, Jerónimo de Ayanz aportó importantes avances y descubrimientos dentro del curioso mundo de las brújulas, así como en la teoría de la declinación magnética. En aquél momento estas aportaciones del navarro fueron claves en la navegación oceánica. Estábamos ante inventos absolutamente revolucionarios.


Sin reconocimiento

Desde luego hay muchos más inventos, todos ellos de gran importancia en su tiempo, y aún hoy. Algunos investigadores han definido a Jerónimo de Ayanz como el Leonardo Da Vinci español, y todos coinciden en señalar que Leonardo Da Vinci es quien tiene la fama y la gloria, mientras que Jerónimo de Ayanz es el gran desconocido, ignorado y olvidado. Da Vinci dejó sus proyectos diseñados sobre el papel, mientras que Ayanz además de diseñarlos, los hizo, los materializó, y los demostró. A eso hay que añadirle que el número de inventos del navarro fue superior en cantidad y en importancia a los de Leonardo Da Vinci. Lo más curioso es que todos estos inventos los realizó Ayanz entre los años 1598 y 1602.
Han quedado aquí relatados algunos de los inventos de Jerónimo de Ayanz; pero no podemos olvidarnos que hay muchos más. Ayanz diseñó varios modelos de molino de viento, llegando a la conclusión que las piedras cónicas y los rodillos metálicos eran óptimos para el proceso; revolucionó los sistemas eólicos, la planificación del regadío, las grandes obras hidráulicas...; inventó los sensores de potencia para el vapor (que no volverían a verse hasta el siglo XVIII), y muchas cosas más.
Jerónimo de Ayanz moría el 23 de marzo de 1613 en Madrid, siendo traslado su cuerpo a Murcia, la ciudad que él había gobernado, en cuya catedral reposan actualmente.
Después de conocer de cerca toda su inmensa obra, particularmente los 48 inventos que patentó en 1606, no es entendible, ni explicable, ni aceptable, que la figura del navarro Jerónimo de Ayanz y Beaumont, Conde de Guendulain, no goce en su propia tierra del reconocimiento que se merece. Sirva una vez más esta sección para empezar a poner en su sitio la memoria de quien en otros rincones del mundo estaría perpetuada en grandes enciclopedias, monumentos, calles, y todo tipo de muestras de reconocimiento.


 Diario de Noticias, 20 de julio de 2009
Autor: Fernando Hualde


11 comentarios:

  1. Mágnifico relato de la vida de Jerónimo de Ayanz. Ciertamente es penoso que esta gran figura de las Ciencias quede casi en el anonimato.
    Gracias por sacar a la luz su obra.

    ResponderEliminar
  2. Si supierais la cantidad de fiestas Techno (Raves) que se han realizado en esa iglesia de guendulain....

    ResponderEliminar
  3. Soy natural de la Cendea de Cizur y he conocido el explendor de este pueblo que fue deshabitado dado que las casas se hundian a causa de los tuneles y galerias de las minas de potasa y hasta hace unos años el palacio estaba habitado y cuidado. Luego todo ha sido una ruina. ahora del Gobierno de Navarra tiene un estudio que intenta planear una población de unos 45.000 habitantes. Para entonces lo poco que queda de él habrá desaparecid.¡una pena!

    ResponderEliminar
  4. Conocí este pueblo haciendo el Camino de Santiago hace mucho, creo que era el 80, cuando el Camino aún era un viaje iniciático y espiritual y no una romería para pijos meapilas. Guendolain lo recordaré siempre pues tuvimos que salir corriendo de la onda tan misteriosa y siniestra que desprendía, no estaba tan destruido como ahora pero tampoco tan bien como veo en el 84. Alguien sabe por qué se abandonó ese pueblo? Por qué encontramos un ataud pesado en mitad de la puerta de la Iglesia? Si había algún motivo por el que sintiéramos una onda tan extraña? El recuerdo de ese pueblo misterioso me ha acompañado siempre. Gracias por esta página tan interesante.

    ResponderEliminar
  5. Gran reportaje, estaba buscando el rastro de los toros de lidia navarros, donde el apellido Guendulain resuena con fuerza en el S. XIX, para mi sorpresa ( y gran tristeza) me encuentro una vez mas la falta de sensibilidad de autoridades ( que no son capaces de cuidar el rico patrimonio historico que tenemos) y de personas insensibles y despiadadas que son capaces de "ensuciar" muros cargados de historia con su dudoso gusto artístico.
    Enhorabuena por el repotaje y una lástima que el lugar se encuentre en ese estado, aunque ciertamente conserva un aire de misterio.

    Muchas gracias.

    ResponderEliminar
  6. A mi también me ha dado mucha tristeza de ver, como descendiente directa de los Guendulain, cómo no se hace nada para recuperar todo su esplendor. A veces no se sabe qué es mejor, si dejar que se ocupen del patrimonio los descendientes, o a los ayuntamientos, o quien decidan quienes sean a que se siga deteriorando. Muchas gracias.

    ResponderEliminar
  7. Mi abuelo paterno nació en Guenduláin en 1908 y falleció en 1990. Se llamaba Santos López Orcoyen y vivía en la casa familiar a medio camino entre el palacio y la iglesia. Mi abuela, la que era su mujer, nació en Galar (a apenas dos kilómetros de Guenduláin) y murió hace 4 años a los 100 años de edad. Se llamaba Cándida Unzu Albisu. Mi madre, que tampoco vive, nació en Guenduláin en 1947. En los años 60 todos los habitantes del pueblo tuvieron que abandonarlo por orden del Conde de Guenduláin, porque explotaban sus tierras y vivían en sus casas en régimen de aparcería.

    Mis abuelos hablaban de Guenduláin con devoción. Nunca pasaron hambre, ni siquiera en la guerra. Tenían todo tipo de animales, caballerías, patos, cutos, una higuera en el patio trasero, tierras de labor y una huerta fértil y abundante. En el pueblo había un lavadero -en el camino hacia Galar-, una escuela, 40 o 50 casas e incluso alcalde, que algún año le tocó a mi abuelo serlo. Vivían felices porque el campo les procuraba de todo y porque el vecindario era bueno. No se hubieran ido de allí si el Conde no lo hubiera querido así.

    Por mi parte yo he estado en Guenduláin cuatro veces, las dos últimas para aventar las cenizas de mi madre y de mi abuela en el lugar donde estuvo la fachada de su casa y en el pórtico (o lo que queda de él) de la iglesia, allí donde mi madre fue más feliz cuando jugaba de niña. La primera vez que estuve, en 1980 aproximadamente, el pueblo ya no estaba habitado, pero todavía se conservaba como si lo hubieran abandonado el año anterior, pues había un vecino que tenía ganado en una borda cercana y se cuidaba de echar un vistazo. Los caminos eran practicables (había una carrera asfaltada hasta el cruce con la carretera a Estella), las casas, aunque tapadas por la maleza, se mantenían en pie, la casa del cura ya iba perdiendo su entereza (recuerdo que me prohibieron subir por sus escaleras, porque estaban en muy mal estado) y la casa de mis abuelos estaba intacta, con la puerta bien cerrada y el tocón de la higuera perfectamente visible. Tuve la suerte de ver la iglesia y el palacio por dentro. Los recuerdo como si fuera hoy. La iglesia guardaba los bancos corridos, un altar modesto pero muy bonito, y una sacristía bien provista de libros sagrados. Todo estaba lleno de telarañas, pero todo estaba en su sitio. El interior del Palacio, que estaba abandonado, todavía era accesible. En algunas habitaciones quedaban aguamaniles, espejos, algún que otro camastro y, por supuesto, las molduras, los frisos y los dinteles. En el patio había dos carruajes del siglo XIX.

    Volví al pueblo un día de verano de 1989, conduciendo mi propio coche, en el que llevaba a mis abuelos para hacer la que sería la última visita a su pueblo. Tuvimos que aparcar el coche en Galar porque el camino de acceso desde Estella estaba cortado. Mis abuelos octogenarios se hicieron los dos kilómetros andando por un pedregal, lastrados por una ansiedad creciente conforme se iban acercando al pueblo. El palacio estaba cerrado y sus muros pintarrajeados. La iglesia había sido desvalijada de lo poco que tuviera que valor. Los caminos eran impracticables. Las casas ya no existían, las habían tirado abajo para evitar los actos vandálicos, y habrían tirado también la iglesia y el palacio si no hubieran sido construcciones de interés histórico. De la casa de mis abuelos solo quedaba la cancela de metal que sellaba el pozo. Todo lo demás era maleza. Mis abuelos se quedaron callados, mirando a la nada.

    En ese cementerio saqueado están algunos de mis antepasados. Sirvan estas líneas como homenaje a todos ellos.

    ResponderEliminar
  8. Bonita historia, yo conoci Guendulain en el 83 y estube el año pasado y me dio muchisima pena.

    ResponderEliminar
  9. Vivo cerca de Guendulain y siempre me ha encantado la energía que emana este sitio. Me gusta imaginarmelo en la epoca que estaba habitado y me encanta imaginar las historias que alli habrán acontecido. Cada cosa nueva que descubro de este sitio tiene gran valor para mi. Gracias Carlos Moreno y los demás por compartir vuestras historias acerca de este sitio.
    Saludos

    ResponderEliminar
  10. Hay tantísima historia que restaurar que parece imposible que pueda hacerse, pero poquito a poco y trasmitiendo a las futuras generaciones el amor a trabajar en este campo y la satisfacción que ello produce, seguro que todo volverá a su esplendor y aun mayor.

    ResponderEliminar